23/08 al 06/09
Inaguración: miércoles 23 de agosto a las 20,00
Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro
9 de julio 44
Horarios: todos los dias de 9,00 a 13,00 y de 16,00 a 21,00

 

 

 

 

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TANGO, NUNCA ANTES DE LA MEDIANOCHE

Adriana Groisman

Argentina / Estados Unidos


Intro del libro, por Silvia Mangialardi

El tango es un duelo eterno entre la desesperanza y el ansia de estar vivo. En ningún lugar esto se vive como en la milonga, un oasis que se resiste al paso del tiempo y donde todavía se respira algo de aquel Buenos Aires que lo vió nacer. En su pista, las orquestas típicas de los años 40 suenan –ahora desde un CD– con la insistencia de entonces, y los bailarines de hoy se lanzan a bailar con el mismo fervor.

Quien nunca haya amanecido en una milonga, fundido en un abrazo con un desconocido, dejándose llevar por la música para dibujar con su cuerpo la armonía justa de un acorde... quien nunca haya sentido el corazón golpeándole en el pecho al compás de la voz de Campos, Vargas o Castillo, difícilmente entenderá su mundo. Es un mundo donde todo está insinuado, velado, disimulado, al punto de tornarse indescifrable o apenas perceptible para quienes no pertenecen a él.

Adriana penetra este universo con curiosidad y con asombro. Se adentra en ese mundo misterioso y sensual con certeza y no duda ante las ambigüedades. Evoca rasgos esenciales del porteñismo: la nostalgia, la frustración, el descontento, el rencor, la melancolía. Tal vez por eso pueda trasmitir como nadie este esbozo de vida que se evade, casi sin quererlo, de la cotidianeidad del Buenos Aires que ingresa al siglo XXI.

Con el empecinamiento de quien quiere descubrir un misterio, Adriana indaga. Recorre el brazo que se enreda en el talle de la compañera. Insiste en el arremeter casi prepotente del varón. También capta con singular talento la soberanía del varón en la milonga, la arrogancia y la vanidad del personaje fabulado en el barra, que se nutre del antiguo compadrito. Sus imagenes reflejan que su astucia, su simpatía y su labia son propias de un mundo donde gobierna la escuela de la noche y la sabiduría de la calle.

Adriana retrata a la mujer que espera porque esta vez no ha sido elegida pero cree que todavía tiene una oportunidad, y a la que desespera, sedienta de atención. A la que sonríe complacida porque tanda tras tanda se siente reconfirmada en su más íntima posición de mujer, y a la que, herida por el rechazo, resiste erguida el dolor que vino a olvidar. Repara en los climas, juega con los espejos y trastoca los planos para dejarnos entrever algo de la alquimia con la que la milonga transforma las heridas que agobian al alma en una tregua reconfortante. Y así logra indagar con acierto el caminar pausado de dos cuerpos que, en la penumbra de la milonga, crean una y mil veces ilusiones de vida.

Su mirada no es pasiva, no se refugia en la comodidad de la distancia ni se escuda en la supuesta neutralidad del testigo. Tampoco se limita a la efímera satisfacción de mirar. Adriana penetra la realidad, se compromete con el entorno, se mete bajo la piel de los protagonistas. Sus imágenes son el fruto de un profundo encuentro con ella misma. Por eso nos llegan. Por eso nos conmueven.