“….Aquí la tierra es dura y estéril; el cielo está más cerca que en ninguna otra parte y es azul y vacío. No llueve, pero cuando el cielo ruge su voz es aterradora, implacable, colérica. Sobre esta tierra, en donde es penoso respirar, la gente depende de muchos dioses….”
“Fuego en Casabindo”, Héctor Tizón.

Desde el siglo XVIII, en la puna jujeña, el pueblo de Casabindo, hoy con 250 habitantes, festeja todos los 15 de agosto el día de la Virgen de la Asunción.
Recuerda así a su patrona religiosa y el viejo orgullo de ser un punto importante en el camino del Inca antes de la llegada del conquistador español.
La celebración comienza con la misa en la iglesia del pueblo junto a una procesión conducida por los “Samilantes”, hombres con sus ropas decoradas con plumas de ñandúes y pechos de cabras en sus lomos.
Por la tarde comienza la corrida de toros, donde improvisados toreros salen al ruedo con la única intención de arrebatarle al toro la vincha con monedas de plata que lleva en las astas, recordando así al cacique Quipildor, que enfrentó al conquistador y fue muerto por un toro en esa misma plaza, en defensa de sus ideales incaicos contra la dominación española. Acusado por un crimen que no cometió, según narra la leyenda.
El amor indígena a los animales de la tierra obliga a jamás hacerle daño al toro y solo burlarlo reivindicando así al indio contra el conquistador.
La corrida cierra un día de fiesta entre la fe católica y las tradiciones Incas donde el toro nunca muere.