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UNA MUJER ARABE EN LA MUESTRA

Las imágenes impactantes de la muestra sobre la presencia árabe en América del Sur nos dieron ganas de saber más. Entonces invitamos a Nélida Barchini, que es parte de esa comunidad, a que la recorra con nosotros y nos cuente lo secretos de su cultura, rescatados en estas paredes.

Por Sofía I. Avieux

Es sábado a la tarde, camino apurada hacia el museo Timoteo Navarro. Llego, y unos segundos después, aparece mi invitada: se llama Nélida Barchini, es alta, tiene 70 años y va a mostrarme un lado de las fotografías –que se exhiben en esta sala- diferente.

Comenzamos a recorrer la galería que alberga la muestra "Amrik: presencia árabe en América del Sur"; los ojos de Nélida se abren grandes y sonríe. Su padre llegó a la Argentina en la década de 1920, provenía de Baryin, nombre que en el registro de inmigrantes se transformó en Barchini, para convertirse en su apellido.

La primera foto que le llama su atención es la de un hombre fumando: "Eso es un ‘arguile’, lo comparo con la pipa de la paz. Es una botella en la que abajo se pone una brasa, y se aspira por la boquilla", traduce Nélida.

Seguimos mirando, hasta que nos encontramos de frente con una foto, tamaño real, en la que un hombre con expresión seria está parado al lado de un baúl, y mi invitada explica: "Cuando el paisano vino de allá, se ganaba la vida vendiendo su mercadería, pueblo por pueblo, cargándola al hombro. Esa manera de transportar los productos con baúles y con unos palos es el ‘cayisbo’, que significa el hombre que va a vender su mercadería". Barchini conoce casi todas las recetas de comida que aparecen junto a las mujeres fotografiadas, y también otras formas de hacerlas. Me explica que el "lajmi bayin" son las sfijas; que el "tabule" es una ensalada vegetariana que acompaña a las carnes, como la ensalada de tomate y lechuga criollas, que el "quibes" es el kipe, y que la H se pronuncia como J. Hace una pausa y aclara que no habla árabe, pero que su papá lo hacía, por eso ella entiende.

Mira la foto de un paisaje, y se ríe: "Mi abuela era de Siria y decía que lo más peligroso que había era el desierto, pero ella montaba a camello y desafiaba a los bandidos en el desierto y lo cruzaba llevando su mercadería a otros lados".

Una imagen muestra a cuatro hombres en un templo con la cabeza un tanto gacha y los brazos cruzados: "Es la pose es típica; yo me paro así en la iglesia", asegura Barchino.
A un metro de nuestros cuerpos, una gran foto muestra, en primer plano, unas manos cruzadas, con anillos y otras joyas. "Comentan que, allá, si una joyería está abierta y su dueño está afuera, nadie roba, porque al que roba se le corta la mano", dice la mujer.

Otros pasos lentos nos llevan hasta una sucesión de fotos que desencadenan en mi entrevistada muchos recuerdos, que le permiten contarme cosas como que en los retratos de familia, el hombre siempre iba sentado al medio, y la mujer y los hijos parados; que la mujer siempre camina un paso detrás del hombre; que, según su madre, las mujeres que no se tapaban la cabeza eran consideradas como acá una ramera; que el paisano no sólo debía ser decente, sino que tenía que demostrar serlo; que las mujeres hacían sólo la escuela primaria, porque "la mujer, tiene que ser para la casa y atender al hombre", y que cuando las bailarinas realizan su danza, la gente acostumbra a ponerles billetes en su corpiño.

Descansa un segundo, respira y comenta que una vez se negó a planchar el traje de su hermano, quién se puso a plancharlo él mismo. "Cuando mi papá llegó a la casa, se puso a llorar y me dijo, ‘¿no te da vergüenza que un hombre esté planchando?’.” Su mamá le decía que "el hombre se cae en el barro, se levanta, se sacude, y sigue siendo hombre. La mujer cae en el barro y queda manchada para toda la vida".

Cuando terminamos de recorrer la muestra, opinó que es muy linda, que le trajo muchos recuerdos, y me dijo que la cultura árabe es muy rica, amplia, pero también estricta, cerrada y con muchos principios.

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